sábado, 7 de febrero de 2009

Occidente, warum nicht?

Nikito y Nipongo se fueron a hacer las Américas. Esta vez su destino fue el viejo continente, Europa. Lo primero que hicieron antes de coger el vuelo fue pasar de yenes a euros. No les salió muy bien el cambio pero la ilusión que tenían por cambiar de aires hizo que fuera menos duro de lo que era en realidad. Viajando en primera clase todo parecía que iba a ser un viaje de lo más apacible. Nikito pidió un whisky con soda, mientras Nipongo miraba por la ventana las luces nocturnas que se acercaban remotamente. Una vez en Barajas, los dos bajaron entusiasmados con ver todo aquello de lo que habían hablado. En Europa la gente cuando se saluda se da a abrazos efusivos e incluso besos. Esperando la maleta ya notaron que habían llegado a Europa, la gente empezaba a ponerse nerviosa puesto que llevaban más de media hora esperando. Ellos no entendían el por qué de tanto nerviosismo e impaciencia. Sin embargo una extraña e invisible fuerza les invitaba a comportarse de igual manera, hasta el punto que Nikito llegó incluso a hacer un gesto de desprecio contra aquel taxista que les dio unas cuantas vueltas de más por Madrid antes de llegar a su destino hotelero.

Viernes por la noche, Madrid arde. Se pusieron sus mejores galas y se decidieron a buscar el calor fémino en la noche madrileña. No era lo que esperaban, pero aún así les agradó. Los escotes eran más pronunciados que lo establecido, y eso mismo era lo que les atraía. El romper la reglas de manera elegante les resultaba atractivo. Cambiaron el sushi por el chuletón de Ávila, el kimono por el chándal hortera de los domingos. No era nada de lo que sentirse orgulloso, pero aún así tenía su encanto.
Entre cañas y tapas comenzaron a adaptarse a la vida española. España no es Europa, parecían entender entre los callejones del Madrid de los Austrias. Para ellos España era una, grande y única. Nunca habían estado en Europa, pero daba igual, ellos se sentían como en casa. No entendían como ese calor de la gente española podía haber provocado tanta desdicha en el pasado. Incluso ahora podían sentir el legado de una generación que carecía de identidad como nación, como unidad. En su país, las cosas iempre han funcionado porque las opiniones del resto coincidían con las suyas. No había lugar a la duda, a la polémica. Las cosas son como son porque siempre han sido de esa manera. La tradición provoca estabilidad, provoca unión, pero causa estancamiento. Esa misma idea era la que hacía que Nipongo detestara discutir, y más aún cuando creía que tenía razón. Pero aquí las reglas eran distintas y una dulce camarera le hizo cambiar de opinión con una sensual mueca. La unión conduce a la fuerza pero la rutina y los métodos perennes te llevan a la parálisis. Ello hizo que Nikito no parará de sonreír en toda la noche. Una chica salamantina estaba como loca haciéndole guiños de lo más seductores desde la otra punta de la barra. Una vez se conocieron, el flechazo fue instantáneo. Los obligados bailes a los que tuvo que acceder no hacían sino que poner la noche más interesante. Horas más tarde, Nipongo fue a la barra a pedir la última copa. Todo estaba listo para que fuera una noche para no olvidar. A la mañana siguiente tenían un vuelo de vuelta que les llevaría directos a Osaka. Obviamente lo perdieron.

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